HOSPITAL DE SANGRE
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Equipo al completo del Doctor Estella en el patio del Hospital de Sangre de Sigüenza |
“Únicamente en la alta noche, en esta
paz momentánea del conticinio, es posible encontrar un punto de sosiego para
recapacitar sobre la tragedia del día –la del día que ha pasado y la del día
que va a venir–, para rezar por los que murieron ayer y por los que han de
morir hoy y, si queda lugar, para escribir unas frases de aliento y esperanza a
los deudos lejanos, aunque no sea más que para que no se crean que también ella
ha perecido. Pronto vendrán los claros del día y comenzarán otra vez el afán y
el horror de la guerra.”
Con esta cruda y lúcida narrativa, la magistral pluma
de Manuel Chaves Nogales nos transporta a la cotidiana crueldad de los momentos
de inactividad de la trastienda del frente de guerra. “Hospital de Sangre” es
un magnífico artículo rescatado del olvido, traducido y publicado recientemente
y protagonizado por una enfermera.
Miles de mujeres valientes dejaron a un lado sus
creencias, rompieron prejuicios y, sacrificando su juventud, tuvieron que
madurar y aprender a la carrera el oficio, para desarrollar un impresionante
trabajo en un entorno complicado con el objetivo de mitigar la barbarie que fue
la guerra civil.
Cuando conocimos a Matilde Gamboa nos sorprendió y
mucho su historia. Una jovencísima enfermera que auxilió y curó a los soldados
que acudían al Hospital de sangre de Sigüenza. Hoy a sus 102 años y con una
sonrisa en los labios, se nos presenta esta encantadora mujer para compartir
con usted, querido lector, parte de la historia de su vida. Le agradecemos
enormemente cómo contestó con suma amabilidad a todas y cada una de las
preguntas que le hicimos llegar. Admiramos profundamente su memoria intacta que
recuerda momentos vividos durante la guerra civil española en aquel lugar y la
atención ofrecida a los pacientes que a sus manos llegaban del frente,
incluidos los italianos del CTV. Ella se enfrentó cara a cara a los horrores de
la guerra y salvó la vida de tantos y tantos hombres. Jóvenes de antaño que hoy
son abuelos, nuestros abuelos… Acompáñenos en esta deliciosa charla con ella.
“Me llamo Matilde Gamboa. He nacido
en Sigüenza el 23 de febrero de 1919 y durante la Guerra Civil estuve en
Sigüenza todo el tiempo. Cuando se liberó Sigüenza de la ocupación de las
milicias, entonces fui de enfermera al hospital. Y estuve todo el tiempo que
duró la guerra allí, en el hospital. Y cuando llegaron los italianos también
les asistí porque después del combate en Guadalajara, muchos de ellos volvieron
a Sigüenza”.
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Matilde (a la derecha) junto a dos compañeras en el Paseo de la Alameda de Sigüenza |
Han pasado muchos años de todo aquello. Pero empecemos
por el principio: ¿cómo fue su vida antes de la guerra? Cuéntenos.
¿Antes de la guerra? Hasta
entonces mi vida había sido básicamente estar con mis padres. Una hermana mía
se había casado y se había ido a vivir fuera de Sigüenza. Y yo me iba a menudo a
Ciudad Rodrigo que era donde vivía para estar con ella. Eso era todo, mi vida
se limitaba a ir al colegio a estudiar. E imaginaba que después de esa etapa
estudiantil vendría un hombre, me casaría y tendría hijos. Cuando llegó la
guerra yo tenía 17 años.
Ante esa convulsa situación política, ¿imaginaba usted
que podría desencadenarse una guerra?
Pues veía la
situación en España muy mal. Pensaba que se iba a la deriva y que no, que no
era eso lo que debería ser.
Con 17 años es aún muy pronto para tender hacia una u
otra ideología. ¿Pero nos podría decir por qué pensamiento político sentía
usted mayores simpatías?
Yo era completamente
monárquica y cristiana.
Y aun teniendo usted las ideas tan claras, ¿tenía usted amigos,
conocidos o familiares en ambos bandos?
Todos mis amigos eran
monárquicos o falangistas. Pero luego, en la guerra, hubo también gente que
estuvo en mi familia que apoyó al bando republicano.
¿Recuerda cómo y dónde vivió el inicio de la guerra?
Pues vivíamos en
Sigüenza. Y ese tiempo lo vivimos con mucho temor por la vida de mi padre, que
era monárquico y veía que la situación estaba muy mal. Él sabía que si entraban
los milicianos, que entraron a Sigüenza, a él le iban a perseguir. Y aunque no
se había metido en política nunca, era una persona relevante allí.
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Detalle de un mapa de la Columna Marzo fechado el día 2 de octubre de 1936. Archivo General Militar de Ávila.
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¿Y cómo vivió la batalla de Sigüenza?
Un día llegaron unos
aviones tirando periódicos que anunciaban que el enfrentamiento iba a ser
inevitable. Los sublevados se encontraban muy cerca de Sigüenza y mi hermano se
enteró de esta noticia. Quería irse para incorporarse junto a ellos. Pero no
quería ir solo, quería que mi padre lo acompañara. Mi padre se negó temeroso de
que si no lo encontraban en casa pudiéramos sufrir algún daño nosotras en represalia.
Y entonces toda la familia permaneció en Sigüenza.
¿Y decidió en ese momento hacer algo, enfrentarse a los
que querían matar a su padre?
No, porque no me
dejaban salir de casa, no salíamos prácticamente nada. Nos dedicábamos a
esconder a mi padre porque los milicianos vinieron en infinidad de ocasiones
buscándole para matarle. Durante el periodo en el que los milicianos
controlaban la ciudad esa era prácticamente nuestra rutina diaria.
Pero aún con esa desagradable experiencia, usted sí decidió
participar de alguna forma activa en la guerra…
Sí lo hice, sí. En
cuanto los nacionales entraron en Sigüenza y supe que mi padre estaba a salvo,
inmediatamente me fui al hospital para lo que necesitaran, para poder ayudar en
lo que fuera. Después, dentro del hospital nos dieron unos cursos de enfermería
y
seguí de enfermera. Me
pasé toda la guerra atendiendo a los heridos que llegaban al hospital.
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Ejemplo de la devastación producida por la artillería rebelde en la Catedral de Sigüenza. Biblioteca Nacional de España.
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¿Enfermera? Pues no era en absoluto una labor menor… ¿Dónde
estuvo?
Desde que liberaron Sigüenza hasta que terminó la guerra yo estuve de
enfermera en el hospital, desde los 17 hasta los 20 años. Al principio con
soldados, cuidando de ellos. Luego después estuve en clasificación, que era
cuando llegaban del frente y había que quitar los vendajes para ver que tipo de
heridas tenían, si era arma de fuego, de metralla o de lo que fuera. Y después
en quirófano, en el equipo del doctor Estella. Y allí permanecí hasta que
terminó la guerra.
¿Era
el único hospital que había en Sigüenza entonces?
Nooo, había más… Yo
estuve ejerciendo mi labor como enfermera en el Palacio del Señor Obispo,
(actual residencia de ancianos). Pero hubo al menos dos hospitales más durante
parte de la guerra. Estaba el Palacio de Infantes que era un edificio enorme y
precioso. Allí se trataba a los enfermos de guerra, que no heridos. Y también
había otro más pequeño en la calle del Seminario
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Uno de los accesos del desaparecido Hospital de Sangre de Sigüenza en la actualidad |
Allí en el hospital debió usted ver cosas muy horribles. Hombres
y jóvenes con heridas muy graves. ¿Alguna experiencia dramática que le impactó?
Pues la verdad es que
pasé mucho más miedo cuando venían a buscar a mi padre. Porque nos decían que si
lo encontraban, lo mataban. Recuerdo bajar a abrir la puerta para que no fueran
las muchachas de servicio y estar entreteniéndolos mientras se escondían los cuatro
hombres que teníamos en casa. En una de las ocasiones una de las amas de cría
les reveló el lugar en el cual estaban escondidos y hubo que cambiarlos de
sitio rápidamente… Eso fue horrible. Recuerdo con horror todo el tiempo en el
que los milicianos tuvieron el control de Sigüenza.
Volvamos al Hospital. Nos dice usted que era muy grande. ¿Cuánto
personal había en el Hospital de Sangre?
Había tres quirófanos
entonces y yo estaba en el equipo del Doctor Luis Estella desde la ofensiva
italiana hasta el final de guerra. Como os he comentado, primero estuve en
sala, luego en clasificación donde llegaban los heridos del frente y se les
realizaba la segunda cura porque ya venían vendados del frente. Tenías que
descubrir los vendajes y comprobar qué tipo de herida traían para valorar la
gravedad y decidir si ingresaban en el hospital o se les mandaba fuera.
Mandábamos fuera enseguida a todo el que podíamos ya que el hospital estaba
expuesto a los bombardeos de la aviación enemiga. Dentro del hospital, que yo
sepa, había dos quirófanos: uno era el del Comandante Madruga y otro el del
Capitán Estella, que era donde yo estuve trabajando.
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Quirófano a pleno rendimiento. Biblioteca Nacional de España. |
¿En un hospital tan grande había siempre el mismo volumen
de trabajo u oscilaba según los combates?
Siempre había trabajo
ya que, a pesar de ser un frente estabilizado, llegaban heridos constantemente.
Pero durante la ofensiva italiana sobre Guadalajara, con diferencia, fue cuando
más trabajo tuvimos.
¿Recuerda algún nombre, alguna cara de todas aquellas a las
que atendió?
Recuerdo
perfectamente a mi primer herido. Era un chico jovencito, tendría unos 15 o 16
años. Se llamaba Camilo Montes y era gallego. Cuando este muchacho se marchó
del hospital, su padre me escribió una carta muy bonita acompañada de unas fotografías
de Celanova, su pueblo. En esa carta me invitaban a visitarles cuando pudiera
hacerlo. Me habló de la ferretería que el padre del muchacho regentaba y que
les encantaría conocer a la persona que había salvado la vida de su hijo. Y mira
tú por donde, hace dos años fui a Galicia y visité Celanova. Pregunté por
ellos, por la ferretería del padre... Y la encontré. Allí estaba, con un cartel
con el nombre del padre, Sergio Montes. Conseguí hablar con el hermano de
Camilo que me contó que este había fallecido dos años antes de mi viaje. Por
dos años no llegué a verlo. Y la verdad es que me hubiera encantado saludarle.
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La aviación republicana bombardea Sigüenza el 21 de marzo de 1937. Archivo General Militar de Ávila |
¿Y alguna anécdota curiosa, graciosa o simpática?
Bueno, no tengo muy
claro que esta anécdota pueda ser graciosa… en fin.
Regresaba a casa una
noche después de mi turno en el hospital, debían ser como las dos de la mañana
más o menos. El caso es que estaba lloviendo, había atendido a un montón de
soldados españoles, los italianos aún no habían venido. El caso es que llovía y
estaba bastante oscuro, ya que entonces en Sigüenza no había luz. Yo iba
deprisa y con bastante miedo, cuando de repente uno que estaba en el quicio de
un portal se abalanzó sobre mí metiéndose de repente bajo mi paraguas. Lo
curioso es que asustada como estaba en vez de gritar o pedir auxilio le dije –“Uy,
qué susto me has dado y menos mal que has aparecido, que venía yo con un miedo
por aquí que para qué… mira que bien. Así me puedes acompañar”–. A lo que él
respondió –“Yo, señorita, por las enfermeras lo que haga falta”–. Y me acompañó
hasta la puerta de mi casa. Y allí me dejó. Un hombre encantador.
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Heridos ingresados en el Hospital de Sangre entre el 31 de marzo y 5 de abril de 1938. Archivo General Militar de Ávila. |
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Continuará...
Texto: Rosa Moreno
Mapa, documentos y fotografías: Matilde Gamboa, Ismael Gallego, Archivo General Militar de Ávila y Biblioteca Nacional de España.